La Meditación Transforma el Cerebro y nos ayuda a enfocar nuestra Atención: "Querer es Poder"



Cuando las abuelas nos repetían la famosa frase de... "querer es poder" ... ellas, con su sabiduría innata, ya se adelantaban a las conclusiones de las investigaciones neurocientíficas sobre "la impresionante plasticidad del cerebro", y en ese, "querer es poder", nos vamos abriendo a infinitas posibilidades de la transformación humana.

La enseñanza profunda que trataban de transmitirnos estaba clara: "que cada uno de nosotros puede, si quiere y así lo elige, transformarse a sí mismo y por extensión, su realidad". 

La piedra filosofal para la transformación es una mezcla de voluntad, perseverancia, entusiasmo e intención y la sincronía de todo ello genera la impresionante plasticidad del cerebro.

Al igual que el entrenamiento físico fortalece los músculos, el entrenamiento mental/emocional modifica los circuitos del cerebro en la dirección que deseamos. 

Desde hace siglos los budistas sostienen que tenemos la capacidad de convertir el dolor en sabiduría, la envidia en compasión, la angustia en esperanza.... que tenemos en nuestra mano la posibilidad de borrar las heridas del pasado y esculpir un futuro con conciencia plena de lo que queremos experimentar, y "aprender" a sentirnos felices y plenos gozando de cada instante de la vida.


Esto no quiere decir que la realidad que vayamos configurando, esté carente de Retos, pues son éstos los que van "esculpiendo y optimizando", a través de cada decisión tomada, las capacidades y talentos que todos traemos de forma innata, desplegándose a su vez otros nuevos que ignorábamos tener.

En nuestro interior hay una riqueza inmensa que vamos descubriendo a medida que vamos poniendo en marcha ese gran mantra que es "querer es poder".

Para los budistas el entrenamiento mental por excelencia, la herramienta para cambiar el cerebro y la realidad, es "la meditación".

La meditación consciente permite cultivar cualidades nuevas que poco a poco se van incorporando de forma natural a la vida cotidiana. En un principio hay que tener la voluntad para dirigir la mente hacia el lugar que deseamos y de este modo se comienzan a formar nuevas conexiones cerebrales y con cada toma de decisión se van ampliando.

Para transmutar los pensamientos y emociones que nos incomodan y alteran, no hay que luchar contra ellas sino reemplazarlas por otras de mayor bien estar.

Por ejemplo: Decir “no a la guerra” es seguir dando protagonismo al conflicto, afirmar “sí a la paz” crea un nuevo circuito y borra la huella de la guerra.

Cambiar el foco de atención.

Una clave muy importante para la transformación es la observación de uno mismo.

Un ejemplo clarificador de esta mirada interior es un experimento con personas que padecían trastorno obsesivo compulsivo, realizado por uno de los máximos investigadores en los estudios de plasticidad cerebral, Jeffrey Schwartz, neuropsiquiatra de la Universidad de California, . 

Schwartz, budista y practicante de la meditación, quiso comprobar el potencial terapéutico de ésta. Siguiendo la idea de lo que se conoce como meditación consciente, es decir, observar lo que ocurre en el interior sin juzgar, enseñó a sus pacientes a separarse de su enfermedad... a observar los síntomas con la parte más lúcida de ellos mismos, reconociendo que sólo eran manifestaciones de un trastorno ilusorio.

Seis meses de entrenamiento y sin medicación, fue suficiente para que los pacientes afirmaran que sentían que la enfermedad había dejado de controlarlos. Pero lo más extraordinario y sorprendente para los científicos fue que las pruebas de imagen cerebral demostraban que sus redes neuronales habían cambiado. La simple educación mental había reducido la actividad en los circuitos cerebrales que causan la enfermedad. 

Se han obtenido resultados similares en casos de depresión, pero no hace falta sentirse mal para comenzar a entrenar la mente y modificar nuestras vivencias. De hecho, otro de los principios fascinantes del budismo es que afirma que la realidad exterior es el producto de nuestras proyecciones. De modo que si se modifica el interior, el resto también cambia. 

Cuando el mundo interior está en paz y armonía, el mundo exterior se contagia de esa paz y armonía, de la misma manera que cuando nuestro mundo interior está en desarmonía y no está en coherencia, el mundo exterior se colma de lo mismo, conflictos plasmándose a través de las experiencias que vivimos. 

La ciencia ha constatado que los cambios que incorporamos a nuestro comportamiento a base de cultivar lo mejor de nosotros mismos se transmiten a las generaciones futuras. 





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