Cuando una puerta se cierra otra se abre
"Cuando una puerta se cierra, otra puerta se abre; pero a menudo miramos tanto tiempo y con tanto pesar a la puerta cerrada que no vemos las que se abren para nosotros" - Graham Bell
A menudo vivimos con la idea de que las cosas no cambian. Infravaloramos lo que nos puede pasar en 5, 10 o 20 años. En la mayoría de los casos, si miramos hacia atrás un tiempo, no nos habríamos imaginado estar donde estamos ahora.
Y es que para bien o para mal, como dijo Grabam Bell, algunas veces avanzamos porque elegimos la puerta que se nos abre y otras, porque nos quedamos esperando que se abra la que anhelamos.
Todo lo que vivimos nos marca de una forma u otra, pero, ¿podemos elegir cómo nos marcan las experiencias?
En cierto modo sí podemos. La vida tiene una incertidumbre que no podemos controlar y es el devenir del mañana, pero siempre tenemos el control de decidir cómo tomarnos lo que nos ocurre.
¿Nos quedamos mirando las puerta cerrada o abrimos la que se abre?
Cuando terminas un trabajo, puedes ver que vas a perder dinero, que tu jefe es mala persona, que esto no te lo esperabas. O te lo puedes tomar como una nueva oportunidad para emprender en otro negocio o trabajo, de conocer gente nueva y aprender.
Cuando terminas una relación puedes quedarte pensando en lo que podría haber sido, en lo mal que lo has hecho o culpando a la otra persona. O puedes verlo como una oportunidad para hacerlo mejor, para centrarte en ti mismo y mejorar como persona.
Cuando tienes una enfermedad se te puede pasar por la cabeza lo desgraciado que eres, que todo lo malo le pasa a las buenas personas o que no has hecho nada para merecer esto.
O lo puedes vivir como una oportunidad para aprender un nuevo estilo de vida, una nueva forma de pensar, desarrollar un crecimiento personal y físico, aprender sobre tu cuerpo o mejorar tu alimentación.
Estamos donde estamos porque hemos decidido consciente o inconscientemente cómo actuar en relación a lo que nos ocurre. La decisión no siempre puede cambiar los hechos, pero si cambiamos la forma en la que reaccionamos, la experiencia cambiará para nosotros.
Puedes ver todo lo que te ha ocurrido en la vida y mirarlo de otra manera, no desde el punto de vista del autoengaño, sino desde la sabiduría de que lo que ocurre, no podemos evitar que pase y de nada sirve lamentarse, pero siempre podemos elegir cómo queremos vivirlo.
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Emociones negativas y positivas no existen desde un punto de vista biológico
La emoción negativa no existe desde un punto de vista biológico.
Sólo hay emociones como respuesta a una comunicación con el entorno, pero nuestra forma cultural de experimentarlas ha dado a las sensaciones emocionales significados de bueno o malo.
Es totalmente cierto que la sustancia que segrega la alegría se siente mucho mejor en nuestro cuerpo que el miedo, pero eso no significa que la alegría sea buena o el miedo malo.
El problema con etiquetar las emociones es que les <<quitamos>> su sentido biológico y proyectamos sobre ellas un sentido personal, donde les damos una interpretación en base a nuestras creencias.
Un ejemplo pueden ser las personas que están solas, pero no se sienten solas y las personas que aún estando acompañadas se sienten solas.
La diferencia está en la manera de percibir y no en la emoción en sí.
Sin embargo, aún sabiendo que esas emociones que percibimos no son reales, las vivimos como tal. Vamos a ver una manera de gestionarlas:
1. Identifica la emoción real
Cuando tenemos un problema solemos interpretarlo y generalizar: "todo está mal", "siempre me pasa a mi", "nadie me quiere", etc.
Estas expresiones no nos ayudan y aumentan la intensidad emocional negativa. Para poder encontrar la emoción real tenemos que apartar la mente y ver claramente qué sentimos.
En algunos casos, la emoción negativa aparece por las interpretaciones y en cuanto las apartas te das cuenta de no era para tanto o que habías reaccionado mal y ahora te das cuenta de otra perspectiva.
2. Siente más y piensa menos
Cuando estamos bajo emociones intensas aparece una especie de "diarrea mental" muy negativa. Comenzamos a intelectualizar, razonar y justificar intentando saciar nuestra mala sensación con una buena historia mental.
Pero esto solo nos lleva a cerrarnos emocionalmente, a no empatizar con las demás personas y a reprimir nuestras emociones. Sentir más no quiere decir dejarse llevar impulsivamente por la emoción, sino mirarla y sentirla en quietud, sin darle un sentido mental.
3. Encuentra el sentido
Si en tu caso ya te has dado cuenta de que era la mente, buscar el sentido no es necesario, ya que se ha desmontado la emoción, siempre y cuando así lo decidas.
Por ejemplo: empiezas a quejarte de algo que te duele y te sientes con falta de apoyo. Entonces te das cuenta de que tampoco es para tanto y que estás buscando llamar la atención. Una vez llegas hasta ahí, se supone que paras esa dinámica, pero muchas veces, aún siendo conscientes, seguimos justificándonos y cortar esto es el gran reto.
Si por otro lado, tienes una emoción objetiva puedes encontrarle el sentido que tiene, para que poder usarla en vez de huir de ella.
Cada momento tiene su propio sentido y se aprende con la experiencia a verlo, pero de manera genérica podemos decir que la tristeza te lleva a interiorizar, a reflexionar, a pensar en uno mismo y en los demás, a valorar lo que tenemos y lo que perdemos, a cambiar nuestro mundo interno... el miedo nos lleva a mantenernos atentos, a prestar atención, a pensar muy bien lo que quieres hacer y decir, te ayuda a pensar fríamente y a no confiarte...
La rabia te ayuda a pasar a la acción, a defender y defenderte, a decir lo que realmente piensas, a poner límites, a levantarte de las caídas, a respetarte, a dar lo mejor de ti...
Las emociones son la vida, el movimiento... si comprendemos las emociones tendremos un mejor estado de salud físico, mental y emocional.
A mi yo de ayer
A MI YO DE AYER
Te miro. Te observo. Cada paso, cada gesto, cada mirada. Magia. Inocencia. Alegría. Pura luz.
Y no quiero que eso cambie....me niego a pensar que algo o alguien pueda apagar esa sonrisa que corretea en tu cara.
Los adultos no entendemos mucho. Casi siempre olvidamos a ese niño que un dia fuimos y que nos gustaría seguir siendo.
Ese niño que nada miraba y arrasaba allá donde llegaba.
Hoy quiero decirte algo, confía en tus instintos, piensa, pero sobre todo escucha a tu corazón. Y que nada ni nadie te frene.
Escucha a quiénes les importas, pero decide por ti.
Atiende, pero valora tu mismo.
Expón tus ideas con respeto y cariño, pero hazlo sin temor, no pasa nada, aunque te hagan creer lo contrario.
Sé tu mismo, como dice Pau Donés, Vivir es Urgente, La Vida es el Momento y No Tragues...Escupe. Di tu verdad aunque lluevan piedras (eso lo dice Mikel de Izal). Eso sí, acuérdate de no hacer daño a los demás y sobre todo, a ti mismo.
Recuerda también que no todo el mundo estará de acuerdo contigo y que tampoco gustarás a todo el mundo. Olvídate de eso y no te empeñes en hacerlo.
Será tiempo perdido y energía gastada.
Respeta. Siempre. De cualquiera de las maneras.
No olvides que la violencia genera violencia. No la contemples. Canaliza tu energía de manera constructiva.
Llorar al igual que reír, es lícito, enfadarse, estar triste o alegre forma parte de la vida. Pero no, eso no nos lo enseñan. Y la vida va de sentir y ahí entra todo el abanico de posibilidades.
Quiérelas todas y abraza esas emociones.
Vivir es sentir. Sino, siempre creerás estar haciendo algo mal cuando por ejemplo, el miedo, la rabia o la tristeza te invadan. Se puede ser feliz y estar triste. La felicidad no es solo alegría. Esta mal vendida.
Sobre todo, sé feliz, sé lo que quieras ser, con la compañía que elijas tener. Y vive tu vida siendo el protagonista de ella.
Sube a tu tren de vida. Haz las paradas que desees, baja y sube del mismo cuando necesites, pero siempre sigue tu viaje.
El viaje de la vida.
Te quiero.
Autor: Tamara
La realidad autoimpuesta
Hemos desarrollado nuestra capacidad mental en base a una serie de creencias, paradigmas y patrones que nos marcan la manera en la que tenemos que reaccionar a los acontecimientos.
Una persona que no se cuestiona o no desarrolla su capacidad consciente, no piensa, sino que es pensado por esta programación inconsciente.
La falta de conciencia nos lleva a actuar siempre de la misma forma, lo que nos lleva inexorablemente a las mismas historias.
El problema está en pensar que el motivo por el que se nos repiten las historias está fuera y es ajeno a nosotros. Aquí es donde nos sometemos a seguir viviendo de la misma manera, porque esta forma de pensar nos coloca en una rol victimista, vulnerable e incapaz de actuar.
Sin embargo, pensar: ¿qué estoy haciendo yo para alimentar esto que está pasando? Desde aquí tenemos el poder y cierto control sobre nuestra forma de reaccionar a lo que nos pasa.
Aunque parece fácil, es un reto, ya que requiere de un cuestionamiento íntegro hacia nosotros mismos y, lo más importante, dejar a un lado las explicaciones y justificaciones, desnudarnos emocionalmente frente a la vida.
Cuando ponemos explicación a lo que nos pasa estamos haciendo que esa percepción sea una realidad.
Toda experiencia tiene infinitas interpretaciones, pero depende de nosotros elegir con cuál nos quedamos.
La programación inconsciente nos lleva a ver las experiencias con las mismas gafas y así, no podemos ver otras formas de actuar.
Un ejemplo puede ser cuando te preguntan: ¿te gusta tu trabajo?, en vez de decir sí o no, explicamos: "a ver, el trabajo me da el dinero que necesito, pero me gustaría no tener que trabajar tanto, pero eso no significa que no esté cómodo, el trabajo me gusta, pero me gustaría algo mejor".
Si observamos, hay contradicciones en la respuesta que no nos deja claro lo que quiere la persona y mucho menos, lo que ella misma quiere para su vida.
Otro ejemplo: ¿qué te pasa con tu pareja?; "yo a mi pareja la quiero, no quiero perderle, pero algunas veces es muy inmaduro y parece que no le importa nuestra relación.
Yo creo que debería pedir ayuda para que podamos estar bien" Aquí exponemos primero nuestra justificación antes que nuestro problema, lo que hace que no salgamos de él.
Mientras nuestra explicaciones y justificaciones estén por delante de nuestros problemas, la explicación será nuestra realidad autoimpuesta y nuestro problema, luchará por salir a la luz cada cierto tiempo.
Básicamente, porque el problema te genera un estrés biológico que tu cuerpo necesita solucionar mientras que la explicación, es un calmante de autoengaño que alivia durante unas horas, pero luego se pasa el efecto.
Si te sientes mal, no lo justifiques, abrázalo y siente la emoción, pero no te la expliques. Deja que la propia experiencia te muestre la solución, sino seguirás viviendo atrapado en la historia que te cuentas.
"Mantente aquietado y tranquilo. Espera que la niebla se disipe, que la tierra se seque y el agua se calme, entonces el camino se verá claro" - Lao Tse
Héctor Ibáñez
Psicoterapeuta